Multiplicaré asimismo el fruto de los árboles y el fruto de los campos, para que nunca más recibáis oprobio de hambre entre las naciones. Os acordaréis de vuestra mala conducta y de vuestras obras que no fueron buenas, y os avergonzaréis de vosotros mismos por vuestras iniquidades y por vuestras abominaciones.
Ezequiel 36,30-31
¡Qué bien hace recibir palabras de aliento y de esperanzas cuando estamos pasando por momentos de necesidad y de dificultades! Tanto más si esas palabras vienen de nuestro Creador.
Imagino que el pueblo de Israel, cautivo en el exilio en Babilonia, se encontraba en una situación agobiante, abatida y con muchas necesidades. En medio de esa situación vinieron a su encuentro aquellas palabras que Dios expresó a través del profeta Ezequiel: “Multiplicaré asimismo el fruto de los árboles (…) para que nunca más recibáis oprobio de hambre entre las naciones.” Esta promesa va de la mano con el llamado a recordar la rebeldía, las iniquidades, las malas obras cometidas y a avergonzarse por ello. “Os acordaréis de vuestra mala conducta y de vuestras obras que no fueron buenas, y os avergonzaréis…”
Lo nuevo se hace posible en la medida en que se asumen, en arrepentimiento, las injusticias cometidas, la avaricia y el egoísmo; es decir, los propios pecados, fruto de la condición humana. Lo nuevo se hace posible al abandonar toda seguridad; y sabiéndose uno totalmente limitado, corruptible e imperfecto, dejar valer lo que para él, nuestro Dios, es válido como medida de su justicia y misericordia.
¡Qué bien hace recibir palabras de aliento y de esperanzas cuando estamos pasando por momentos de necesidad y de dificultades! Y cuánto bien hace saber que Dios actúa y que su actuar no está sujeto a nuestros condicionamientos. Simplemente hace falta dejarlo ser Dios, así como es, y no querer colocarnos en su lugar. Pongamos esto como motivo de nuestra oración.
Pedro Kalmbach
Ezequiel 36,16-32