Lunes 13 de octubre

 

Levantaré mis ojos a los montes; ¿de dónde vendrá mi ayuda? Mi ayuda viene del Señor, que hizo los cielos y la tierra. No permitirá que tu pie resbale; no se adormecerá el que te guarda. Jamás se adormecerá ni dormirá el que guarda a Israel.

 

Salmo 121,1-4

 

Es muy posible que este salmo —titulado “de ascenso”— se refiera al camino de subida al templo en Jerusalén. Quienes peregrinaban se daban aliento para el trayecto, recordándose unas a otros la protección de Dios. Hoy, este tipo de peregrinación no es necesariamente una parte de nuestra experiencia, pero continuamos viviendo como “extranjeras y peregrinos”.
Nos encontramos siempre frente a los montes y transitarlos traerá, sin duda, esfuerzos y peligros. En algunos momentos de nuestra vida, el camino cotidiano parece transcurrir sin mayores complicaciones; en otros, cada nuevo día es un recordatorio del difícil recorrido “cuesta arriba”. Podemos caminar ignorando nuestras humanas limitaciones, podemos dejar que estas nos abrumen o podemos transitar siendo conscientes de nuestros límites; pero siempre encontraremos pasos escabrosos. Y es en esos tramos, cuando reconocemos nuestra vulnerabilidad, que podemos abrirnos hacia quienes nos rodean para dejar que nos cuiden y para aprender a cuidarles. Porque no caminamos en soledad y los recursos que tenemos para el camino no son nuestros. Quienes van a nuestro lado nos recuerdan —y necesitan a su vez que les recordemos— que es Dios quien cuida nuestros pasos. Cada día presenta una oportunidad para reconocer y confiar en que quien creó los cielos y la tierra nos guarda incondicionalmente.
“Porque el silencio es cruel, peligroso el viaje, yo te doy mi canción, tú me das coraje. Dame la mano y vamos ya” (Canto y Fe número 321).

 

Marisa Strizzi

Compartir!

Facebook
Twitter
LinkedIn
WhatsApp
Email
Print