Amo al Señor … porque me ha prestado atención.
Salmo 116,2.
Es frustrante cuando te das cuenta de que no te prestan atención al querer compartir algo importante. Tu interlocutor está distraído, recorriendo con la mirada el entorno, jugando con la lapicera o mirando de costado su celular… Sientes que lo que tienes para decir no es interesante, o que al otro no le importa y que no le importas.
Permanentemente suceden cosas que compiten por nuestra atención. Sin embargo, prestar atención puede ser una cuestión de vida o muerte, como ocurre en el tránsito. El desafío para los docentes es ayudar a los alumnos a detenerse y prestar atención. Sin esta condición, no es posible recordar y aprender.
Nuestro texto nos habla de un Dios que escucha y presta atención. ¡Eso es hermoso! Me lo imagino con la cabeza inclinada, totalmente enfocado, mostrándome que le intereso y que le importa cómo estoy y qué tengo para compartir con él. Y así con cada uno de los seres humanos. Una atención personalizada replicada miles de millones de veces. ¡Un milagro de empatía divina!
No solo se detiene, escucha y presta atención, sino que también pone en marcha un plan para socorrer, ayudar, fortalecer y consolar. Recuerdo algunas situaciones en la Biblia. Dios dice: “He oído claramente el clamor de mi pueblo” (Éxodo 3,7) y pone en marcha su plan de liberación. Un día Jesús se encontró con un ciego, “se detuvo y mandó que se lo trajeran. Cuando ya lo tenía cerca, le preguntó: ‘¿Qué quieres que haga por ti?’” (Lucas 18,40).
Puede ser que su respuesta no sea siempre lo que deseamos. Sin embargo, creo que parte de su plan es guiarnos en el aprendizaje de aceptar lo que él soberanamente decide. Sus respuestas surgen de su infinito amor, no de una voluntad adversa.
Quiera Dios que nuestra respuesta sea la del salmista: “Amo al Señor”.
Karin Krug