Jesús dijo: “Recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra”.

Hechos 1,8

Tener que separarse de los seres queridos, de los amigos, por un tiempo o para siempre, cuesta mucho, pero siempre queda su recuerdo agradable, sus enseñanzas, sus anécdotas. Los apóstoles también sintieron la separación de Jesús, pero sus recuerdos, sus enseñas y la presencia del Espíritu en sus vidas les dieron ánimo y fortaleza. El Espíritu Santo fue guía para que ellos fueran testigos de fe, anunciadores de la Buena Noticia, y hasta el día de hoy el Espíritu sigue llenando nuestras vidas, dándonos fuerza y consuelo para que también nosotros seamos testigos del Resucitado, testigos de fe.

Desde que Dios envió el Espíritu Santo, éste ha estado siempre en medio nuestro, en medio de hombres y mujeres que siguen a Jesús. El Espíritu es quien nos hace fuertes y valientes para ser testigos de Jesús. Es este Espíritu que da fuerza a todos los cristianos para seguir a Jesús, proclamando la buena noticia siendo testigos en todas partes, en nuestra tierra y en otras, para que llegue hasta lo último de la Tierra.

Esta tarea que Jesús le da a sus discípulos también hoy nos la da a nosotros, pues la misión continúa.

Por ti, mi Dios, cantando voy la alegría de ser tu testigo, Señor. Me mandas que cante con toda mi voz; no sé cómo cantar tu mensaje de amor. La gente me pregunta cuál es mi misión; les digo: “Testigo soy”. (Canto y Fe N° 275).

Rufina Rapp

Hechos 1,1-14

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