Canten ustedes a Dios, canten himnos a su nombre; alaben al que cabalga sobre las nubes. ¡Alégrense en el Señor! ¡Alégrense en su presencia!
Salmo 68,4
¿Te preguntaste alguna vez con qué necesidad alabamos a Dios? ¿Qué gana un Dios “que cabalga sobre las nubes” con que seres humanos que vivimos aquí muy por debajo de nubes, por ratos bastante grises, le cantemos himnos?
La respuesta es sencilla: tú y yo fuimos creados por ese mismo Dios para gloria suya (Isaías 43:7), es decir: para cantar himnos a su nombre y para alegrarnos en él y su presencia. Y Dios merece esa alabanza, porque no hay Dios que pueda hacer las obras que hace él, un Dios que cabalga con tanta majestad sobre las nubes con un solo propósito: para venir en tu ayuda y para ser tu refugio y apoyo (Deuteronomio 33:26.27).
Esa alabanza es justa, digna y saludable. Es un adelanto de la alabanza que habrá en el cielo nuevo y la tierra nueva, donde no habrá más muerte, ni llanto, ni clamor, ni dolor (Apocalipsis 21:4). Es una alabanza que solamente puede brotar de un corazón que ha creído y conocido que el Señor es padre de los huérfanos y defensor de las viudas, que da a los solitarios un hogar donde vivir y libera a los prisioneros y les da prosperidad (Salmo 68:5-6).
Que Dios te conceda Su Espíritu para que te enseñe que has sido creado para alabar al Señor con toda tu vida; que ese Espíritu te congregue en una congregación que es familia para los solitarios; y que ese Espíritu prepare tus manos para hacer el bien y lo que es justo, ayudando al oprimido y defendiendo los derechos del indefenso.
Michael Nachtrab
#alabanza