No basta que seas mi siervo sólo para restablecer las tribus de Jacob y hacer volver a los sobrevivientes de Israel; yo haré que seas la luz de las naciones, para que lleves mi salvación hasta las partes más lejanas de la tierra.
Isaías 49,6
Somos el pueblo elegido por Dios. Le hemos dicho que sí en nuestro bautismo y en cada oportunidad que confiamos en su palabra. ¿Cuál es entonces nuestra tarea?
Las personas opinan a veces que se pierde mucho tiempo en reuniones y con temas que no responden a la tarea específica que nos encomienda Dios. Martín Lutero decía que la comunidad, la Iglesia debe estar organizada para cumplir “ordenadamente” con el mandato de Dios, y parafraseándolo, decimos que esa organización reglamentaria, la institución iglesia, es un “mal necesario” para llevar adelante la misión. No alcanza con una buena organización, con la declaración de que somos parte del mundo cristiano.
Lo concreto es que como organización nos falta claridad en la formulación de los objetivos, y la fuerza para llevarlos a cabo luego. Fallamos en el balance adecuado entre lo organizativo y la misión activa, la tarea con-creta cerca de cada persona, para invitarla a participar de la vida nueva.
No recordamos que Dios nos eligió y llamó y para ser su pueblo.
Luz de las naciones.
Pidamos a Dios por imaginación y creatividad de programar y organizar, y dejarnos llevar por la dirección de Dios.
Así cumpliremos la tarea, como su pueblo. No alcanza con la preocupación formal de organizar a la comunidad. Dios le encomienda a su pueblo ser la luz del camino para todas las naciones. Los pueblos han de escuchar quién es Dios.
Te exaltaré, mi Dios, mi Rey, y bendeciré tu nombre eternamente y para siempre. Cada día te bendeciré y alabaré tu nombre eternamente y para siempre. Grande es Jehová y digno de suprema alabanza; y su grandeza es inescrutable; cada día te bendeciré. (Canto y Fe Nº 186)
Everardo Stephan
Isaías 49,1-6