El Señor se digna a escucharme.
Salmo 116,1-4

Hay diversas maneras de oír.
Están los oídos sordos, cuando se hace visible la frase “Parece que le estoy hablando a la pared”; cuando directamente no nos escuchan.
Están los oídos a conveniencia, cuando escuchamos sólo lo que queremos o lo que nos interesa. La información se presenta segmentada, a partir de ella sacamos nuestras conclusiones, vienen las confusiones y enojos. El teléfono está descompuesto.
Están los oídos indiferentes, donde se escucha, donde se actúa de manera automática, sin analizar la información. “Si te piden que te tires al río, ¿lo vas a hacer?” es una frase que sale al cruce de este escuchar sin mucho analizar.
Están los oídos atentos, presentes, que hacen y se hacen preguntas, que se toman un tiempo para analizar cómo actuar, que miran más allá del momento concreto. Donde no sólo está el oído, sino también el no sentirse acompañada, cuidada, considerada. Se hace presente la misericordia, la empatía, el ponerse en los zapatos del otro.
“Gracias, oh Dios, por tu escucha atenta, comprensiva, que anima, que nos muestra posibilidades, y especialmente la certeza de tu fiel compañía. Ayúdanos a desarrollar esa escucha entre nosotros. Amén”.

Mónica G. Hillmann

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