Los israelitas salieron de sus tiendas de campaña para cruzar el río, y delante de ellos iban los sacerdotes que llevaban el arca de la alianza.

Josué 3,14

El camino había sido largo y lleno de contratiempos. Recordemos, que habían salido desde Egipto, bajo la guía de Moisés, y ahora con la conducción de Josué se encontraban a orillas del río Jordán. Estaban por ingresar a la región que estuvieron soñando y a la que anhelaban llegar. Dios les había prometido que los conduciría a una tierra donde la leche y la miel corren como el agua (Éxodo 3,17).
Sin embargo, en ésta época del año, el río Jordán está muy crecido a causa de las lluvias. Parecía imposible que a pie o en animales de carga gran cantidad de hombres, mujeres y niños pudieran cruzar el río. Es entonces que Josué envía adelante a los sacerdotes cargando la caja, el arca, e inician el cruce. Teniendo a la vista el arca como señal de la presencia de Dios, logran cruzar y en forma milagrosa el agua del río se detiene.
También en el transcurso de nuestra vida personal llegan momentos en que debemos decidir en quién confiar. A un líder político de nuestros días, quien había sido injustamente metido en la cárcel por muchos años, se le preguntó cómo pudo mantener su equilibrio mental. “Meditando cada día en la Palabra de Dios”, respondió. Igual que los antiguos Israelitas, volvamos nuestra vista al Señor de la vida, y que el símbolo de la cruz nos oriente.

Quédate con nosotros,
Señor de la promesa,
tú mismo aseguraste
amarnos hasta el fin;
por eso humildemente
volvemos a pedirte,
no dejes que la noche
nos sorprenda sin ti.
(Canto y Fe Nº 360)

Bruno O. Knoblauch

Josué 3,1-17

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