Oh Señor, enséñame tu camino, para que yo lo siga fielmente.
Salmo 86,11
En la parábola del buen Samaritano un maestro de la ley pregunta a Jesús qué debe hacer para obtener la vida eterna. Con paciencia, Jesús lo ayuda a reconocer que él sabía la respuesta y que su problema no era del orden del saber sino del hacer. Con el salmista ocurre algo parecido, le pide a Dios que le enseñe algo que él sabe mejor que nadie. El salmista como parte del pueblo de Israel y con la piedad y la fe de la que se jacta, sabe que el camino de Dios pasa por los diez mandamientos, los cuales se resumen en el mandato de amar a Dios y al prójimo y que en la práctica consiste en ayudar a la viuda, al huérfano y al extranjero, a todo aquel que sufra algún tipo de opresión o de exclusión social. Insisto, el problema del salmista ayer y el de muchos de nosotros creyentes de hoy, es que nos cuesta transitar el camino que Dios indica y no que ignoramos cuál sea. Jonás cuando se embarca a Tarsis lo hace porque no quiere ir a Nínive donde Dios lo manda. Jesús aquella última noche en el monte de los olivos sabía que le esperaba el camino del Gólgota, el camino del padecimiento y la cruz, por eso pide a Dios que lo libre de ese trago amargo. Pero Jesús obedece la voluntad del Padre y no huye.
Señor, danos la fe y la coherencia necesaria para transitar por el camino la verdad y la vida abundante que en Jesús nos ofreces.
Sabino Ayala