Bendeciré al Señor con toda mi alma; no olvidaré ninguno de sus beneficios.
Salmo 103,2
Bendecir. Decir el bien. Hace falta decir el bien. Estamos atiborrados por demás de lo maldito. También en lo que refiere a la presencia de Dios en la vida cotidiana.
Nuestra dificultad radica en ser agradecidos, tanto con las demás personas como con Dios. Con mucha dificultad, las personas logran decir “muchas gracias” o se motivan a una acción de gracias espontánea y desinteresada, ya que consideran que todo es por mérito propio.
Entendemos que para lograr todo son necesarias nuestras fuerzas y nuestras manos. Las preocupaciones laborales absorben casi todo nuestro tiempo. Hay que trabajar, trabajar y trabajar. Y cuando del trabajo resulta algún fruto, lo percibimos como una conquista nuestra. Viviendo de ese modo, las personas ya no saben dar gracias a Dios por los dones que reciben gratuitamente de Él.
El acto de gratitud derriba nuestra autosuficiencia y arrogancia cuando entendemos que todo no es mérito personal, y que no todo lo obtenemos pura y exclusivamente por esfuerzo personal. Antes de que pensemos y actuemos, Dios da libremente por amor todo lo que necesitamos. Dios no retribuye. Él es un dador que se anticipa. Aquí está en juego la imagen de Dios que tenemos. Dependiendo de la imagen de Dios que tengamos, veremos un sentido o no de agradecer y de bendecir.
Renato Kuntzer