Ustedes, amos, sean justos y razonables con sus esclavos. Acuérdense de que también ustedes tienen un Señor en el cielo.

Colosenses 4,1

Sean justos. Seamos justos. También seamos justos con Pablo el apóstol. Sus exhortaciones a la comunidad para una vida social armónica podrían rechinarnos en oídos siglo XXI. “Esposas, sométanse a sus esposos” (v. 18), y esto porque “es un deber como creyentes en el Señor”. “Esclavos obedezcan en todo a quienes aquí en la tierra son sus amos” (v. 22).

Pero es necesario ser justos. No podemos leer palabras escritas hace veinte siglos sin hacer el esfuerzo de contextualizarlas. Si lo hiciéramos correríamos el riesgo de ser injustos con Pablo y desecharlo o justificar el dominio del hombre sobre la mujer o la existencia de la esclavitud. Y estaríamos tergiversando el mensaje de Pablo y el Evangelio mismo.

En los límites del pensamiento en el que fue formado, Pablo introduce la buena noticia. “Esposos, amen a sus esposas y no las traten con aspereza” (v. 19). “Padres, no hagan enojar a sus hijos” (v. 21). Hay que descubrir en estas exhortaciones y la de ser justo con el esclavo, el germen transformador del Evangelio. Ahora el hombre tiene también obligaciones para con su esposa, no es su propiedad, los padres con los hijos, los amos con los esclavos. Y las tienen también como creyentes, son exigencia de una ética que responde al llamado de Dios.

No le podemos pedir a un hombre del siglo I que anule la institución de la esclavitud, ni que piense con la perspectiva de género del siglo XXI. Seríamos injustos, y nos perderíamos la riqueza del Evangelio que llama a una vida nueva. El desafío es encontrar en estas recomendaciones de Pablo ese llamado a transformar las relaciones humanas por medio del amor que es el que permanece.

Oscar Geymonat

Colosenses 3,18-4,1

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