Pero yo, Señor, a ti clamo. Dios mío, ¡ayúdame ahora! Por tu gran amor, ¡respóndeme! Por tu constante ayuda, ¡sálvame!
Salmo 69,13
La soledad le rodea. Amigos y familiares se alejaron de él.
La vida parece un fracaso, sin sentido. No le quedan más fuerzas para luchar.
Falta la paciencia para aguantar. Falta la esperanza para poder seguir adelante.
El alma tan herida clama al Señor: ¡ayúdame ahora!, ¡respóndeme!, ¡sálvame!
¿Por qué sufre este orador del Salmo?
Por ti he soportado ofensas (v. 7). Me consume el celo por tu casa (v. 9). Cuando lloro y ayuno, se burlan de mí (v.10). Si me visto de luto, soy el hazmerreír de todos (v. 11).
Resumiendo estos versículos, se puede concluir: Las plegarias salen de una profunda frustración de su misión como servidor de Dios. Con los actos que estaba realizando para adorar a Dios o cumplir con ritos religiosos cosechaba ofensas, burlas, desprecio y soledad.
La fe en Dios lleva a la comunidad con hermanas y hermanos y no al aislamiento.
¿Será que ese orador es un fanático o extremista religioso? Un fanático que no tiene comprensión ni tolerancia con los demás, sino considera su opinión y actitud como la única verdad.
Lamentablemente los fanáticos y extremistas siempre encuentran seguidores.
En cambio nuestro orador permanece en soledad.
Cuando Jesús entró en el templo de Jerusalén, para hacer del mercado una casa para orar, los discípulos dicen por su actitud estas palabras: “Le ha consumido el celo por la casa de Dios”.
Poco tiempo más tarde le tomaron preso. Los amigos le abandonaron. Los soldados se burlaron de él, le hicieron sufrir y le mataron en la cruz. Muriendo salió el grito de su alma: “¿Dios mío, por qué me abandonaste?”
Al tercer día Jesús resucitó. Esta es la respuesta, la ayuda y la salvación.
La esperanza de los cristianos está afirmada en Jesús y da la certeza de que las plegarias recibirán respuesta, ayuda y salvación.
Günter Kreher