Cuando Saulo llegó a Jerusalén, quiso reunirse con los creyentes; pero todos le tenían miedo, porque no creían que él también fuera creyente. Sin embargo, Bernabé … les contó que Saulo había visto al Señor en el camino, y que el Señor le había hablado, y que, en Damasco, Saulo había anunciado a Jesús con toda valentía. Así Saulo se quedó en Jerusalén, … pero los judíos procuraban matarlo. Cuando los hermanos se dieron cuenta de ello, llevaron a Saulo a Cesarea, y de allí lo mandaron a Tarso.
Hechos 9,26-30
Este párrafo es la continuación de lo que llamamos la “conversión de Saulo”. Es una experiencia de resurrección. Quien perseguía a los que invocan el nombre de Jesús, ahora lo invoca y es perseguido él mismo. Los cristianos en Damasco y en Jerusalén no saben bien qué hacer con este hombre, no saben si pueden confiar en él o si su pasado como perseguidor lo define para siempre. Sin embargo, algunos creen que el pasado de Saulo está ocultado en el corazón de Cristo. Que el perdón y la vida nueva son posibles con el Señor.
Este párrafo es hermoso también por otro detalle: se puede ver cómo unos cuidan de los otros. En Damasco ayudan a escapar a Saulo bajándolo en un canasto por la muralla. En Jerusalén, Barnabé –haciendo honor a su nombre: “Hijo del Consuelo”- asume la defensa de Saulo. Al ver que su vida corre peligro, los hermanos lo ponen a resguardo. Es una manera concreta de vivir el mensaje del Maestro, de no pagar mal por mal sino vencer el mal a través del bien.
Esta actitud de “los hermanos”, de cuidar al que antes los perseguía, fue un testimonio fidedigno del “nuevo camino” cristiano.
Karin Krug
Hechos 9,19b-31