Como tenían miedo de encallar en los bancos de arena, echaron el ancla flotante y se dejaron llevar por el viento. Al día siguiente, la tempestad era todavía fuerte, así que comenzaron a arrojar al mar la carga del barco; y al tercer día, con sus propias manos, arrojaron también los aparejos del barco. Por muchos días no se dejaron ver ni el sol ni las estrellas, y con la gran tempestad que nos azotaba habíamos perdido ya toda esperanza de salvarnos.

Hechos 27,17-20

Estoy escribiendo estas Lecturas Diarias en plena cuarentena. Toda la humanidad está en el mismo bote. Los relatos de tempestades (en la Biblia hay varios), nos ayudan a poner en palabras los sentimientos y los temores, la falta de certezas y nuestros intentos de reaccionar a una situación jamás vivida. El lenguaje que usa el autor del Libro de los Hechos es sumamente simbólico. También nosotros tenemos miedo de encallar en bancos de arena y no encontrar salir a flote de nuevo. De a ratos nos dejamos llevar por el viento. Comenzamos a arrojar la carga de nuestro barco-vida y descubrimos que es bueno desprenderse de actitudes y de cosas que no necesitamos más. Más difícil es tirar los aparejos, porque con eso estaríamos reconociendo activamente que no tenemos el control. En momentos perdemos la esperanza de salvarnos. En el relato de hoy encontramos actitudes que nos son familiares. Los marineros quieren salvarse solos, pero Pablo avisa, que nadie sobrevivirá si algunos se escapan. Los soldados pretenden deshacerse de personas no deseadas, en este caso de los prisioneros. Menos mal que estaba Pablo allí, recordando algo que tan fácilmente se olvida en las tempestades: “Anímense, porque tengo confianza en Dios, a quien pertenezco y sirvo” (vs. 23-25). Así en comunidad nos alentamos y consolamos en esta tempestad que nos tocó. Ojalá no lo olvidemos luego de que pase.

Karin Krug Hechos 27,13-44

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