Entonces Gedeón dijo: “Si me he ganado tu favor, dame una prueba de que realmente eres tú quien habla conmigo. Por favor, no te vayas de aquí hasta que yo vuelva con una ofrenda que te quiero presentar.” Y el Señor le aseguró: “Aquí estaré esperando tu regreso.”
Jueces 6,17-18
En el texto de hoy leemos a Gedeón confirmando la fidelidad de Dios y la propia, por medio de la ofrenda. El ofrendar es una práctica muy antigua y fue observada en varias culturas, entendida de diversas formas, pero siempre uniendo a Dios con el pueblo. En la ofrenda ponemos algo importante de nuestra parte porque entendemos que también es importante el destino de lo que hacemos, el para quién.
Así entendían los guaraníes que con su baile y canto adoraban a Dios agradeciendo y pidiendo alimento para un nuevo ciclo. Así lo hacemos nosotros cuando ofrendamos en los cultos, entendiendo que somos parte de un cuerpo más grande, ayudando a nuestra iglesia, a alguna comunidad hermana o a otro destino, por el cual todos nos unimos. Allí es donde también agradecemos a Dios por el presente y devolvemos, con gratitud, algo de todo lo que recibimos.
El ofrendar es, entonces, una forma de confesar nuestra fe, es allí donde se define nuestra fidelidad a Dios. Somos administradores/as y cuidadores/as de nuestras vidas y de toda la creación, pero a Él pertenece todo; de Él venimos y a Él iremos. En Él confiamos.
Traigamos con gozo a Dios nuestra ofrenda, talentos y tiempo, dinero y salud. El cuerpo y la mente con todos sus dones, también nuestra vida: todo es de Jesús. Dios es poderoso y quiere ayudarnos, a fin que tengamos la gracia de dar; y sus bendiciones no habrán de faltarnos, si somos constantes en el ofrendar. (Canto y Fe N° 122)
Jhonatan Schubert
Jueces 6,11-24