¡Bendito el Rey que viene en el nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!

Lucas 19,38

Estamos a la espera. Una multitud reunida al lado del camino. Una multitud con sus cargas y pesares. Expectante ante su arribo. El que viene en camino es un hombre, pero no cualquier hombre. Este que se aproxima es rey, rey cuyo trono será esa cruz que lo espera allá en el Gólgota. No viene en nombre de cualquiera, viene en nombre del Señor de la vida y de la historia. Aquél que ha estado al principio de los tiempos, aquél que estará hacia el final. El alfa y omega. Aquél que escucha el clamor de su pueblo envía a su Hijo, quien viene a habitar en medio nuestro, quien viene a reinar por la eternidad.

Trae paz. Pero no la paz terrenal imperfecta y débil. La paz que trae consigo es la paz perfecta, paz que viene a restaurar y cicatrizar toda herida. Sanar toda dolencia. Fortalecer el paso de los pies dolidos.

¿Cómo no alegrarnos ante su venida? ¿Cómo no estar exultantes ante el cumplimiento de la promesa hace tiempo recibida?

Hoy como ayer, Dios escucha la voz de quien sufre y espera. Entonces, se pone en camino. Hoy como ayer, hay quien le espera con alegría y gozo. Hay quien le prepara un lugar para recibirlo. Pero también hay enojo, hay maldad y silencio. Hay un corazón donde anida la violencia. También hoy hay un Judas traicionero, un Pilatos opresor y carroñero, una iglesia institución que aparta la mirada del sufrir ajeno. Pero en medio de todo esto, o a pesar de esto, hay un pueblo que pacientemente espera. Hay quien al costado del camino le ve venir y el canto renueva: Bendito el Rey que viene en el nombre del Señor. Paz en el cielo… y ojalá, paz en la Tierra.

David Juan Cirigliano

Lucas 19,28-40

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