Quizá cuando el Señor vea mi aflicción, me envíe bendiciones en lugar de las maldiciones que hoy escucho. Y David y sus hombres siguieron su camino, mientras que Simei se fue por la ladera del monte, paralelo a David, maldiciendo y arrojando piedras y levantando polvo.
2 Samuel 16,12-13
Me imagino a David diciendo para adentro: “No me importa que este extraño me maldiga. No quiero vengarme de él. Lo que me está ocurriendo
forma parte del juicio de Dios. Me perturba que es mi propio hijo Absalón, quien encabeza la rebelión contra mí.”
Creo que muchos, por no decir todos, hemos sido maltratados por otra persona alguna vez. ¿Y qué sentimientos afloran en nosotros? Pues, amar-
gura, dolor, deseos de venganza, y como consecuencia, la desconfianza no sólo a esa persona sino a otras, porque pensamos que todos son iguales.
Experimentamos una gran decepción cuando la persona que menos imaginamos nos hizo una mala jugada: “era tan fiel, tan buena”, y nos preguntamos constantemente: “¿por qué?, si yo lo traté bien, o, estuve en todo momento con ella, fui un buen amigo, o buena esposa, o buena
hermana, etc.”
En esta escena de la historia de David se cuenta de las maldiciones que escuchó. Sabemos que cuando hay un conflicto, las palabras lastiman, traen heridas, son heridas invisibles, traen dolor en el alma, pueden
pasar los años y esas palabras que no se van, nos traen depresión, nos enferman en el cuerpo.
Hay diferentes maneras de responder. Por ejemplo, tragarse la bronca.
Nos han insultado y nos callamos, y por dentro estamos mal. Tragar broncas, llorar por un insulto, tener ansiedad, volvernos dóciles, obedecer al
que más nos maltrata, tratar de agradar al que nos maltrata, en cualquiera de estos caminos el maltratador habrá logrado su objetivo de confirmar
que tuvo poder sobre nosotros. Pero también podemos explotar.
David nos muestra que, en su momento de dificultad, conserva la calma y se pone en manos de Dios esperando su bendición.
Gracias, Señor, por permanecer a mi lado, por compartir conmigo los días de duda y dolor, las luchas que me enfrentan a mí mismo. Confío en tu amor que me salva. Amén.
Mario Bernhardt