Entonces Jesús le dijo: Ve y haz tú lo mismo.

Lucas 10,37

La parábola del buen samaritano… historia que quienes tuvimos la oportunidad de crecer en una comunidad de fe, escuchamos en la escuela dominical, en el curso de Confirmación, como tema en algún campamento de jóvenes y seguro en uno que otro culto. Es un best seller de las historias por el mensaje de quién es mi prójimo. En este día quisiera detenerme en uno de los protagonistas de esta historia. No en el samaritano, ni en quienes dieron una vuelta más larga en el camino para no comprometerse, ni tampoco en quien le preguntó a Jesús ¿quién es mi prójimo? Sino en la persona herida, lastimada, indefensa, al costado del camino. Hay situaciones en la vida que nos golpean de tal forma, que podemos sentirnos como esta persona. Me ha pasado. Hace 10 años perdí a mi pareja, al padre de mis hijas. Y si hay algo por lo que doy gracias todos los días a Dios es haber sentido su presencia en todo ese tiempo. Presencia que se manifestaba en las personas que me rodeaban. Pude sentir a Dios ahí al lado mío sosteniéndome, porque hubo gente que tuvo compasión de mí.

La invitación para la reflexión del día de hoy es desafiarnos a estar ahí para la otra persona. Desde un abrazo, un silencio compartido, una ayuda material. Hay tantas formas y maneras… pero la más importante es las ganas de querer estar presentes, como este samaritano que no se cuestionó nada, simplemente actuó.

Señor, te pedimos que nos des la posibilidad de ayudar a quien nos necesite. Poder ser para esa persona una herramienta de tu amor, sin cuestionamientos, prejuicios o miedos. Te lo pedimos en el nombre de tu hijo Jesús. Amén

Marina Rodríguez

Lucas 10,25-37

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