En aquel momento, Jesús, lleno de alegría por el Espíritu Santo, dijo: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has mostrado a los sencillos las cosas que escondiste de los sabios y entendidos. Sí, Padre, porque así lo has querido.”

Lucas 10,21

Dios siempre nos sorprende, trastocando todo lo establecido. En la antigüedad se creía que unos muy pocos sabios y entendidos podían interpretar y ser el vehículo por el cual lo divino se expresaba.

Esto, por así decirlo, “atrapaba” a Dios y su posibilidad de manifestarse a y en otras personas.

Sin embargo, vemos aquí la alegría de un Jesús que alaba a Dios, porque no sólo se hizo presente en sus discípulos, sino también en todas las personas con las que ellos estuvieron. Gente sencilla, como ellos, a quienes el amor de Dios les fue compartido.

Dios no puede ser encarcelado ni encasillado. Tampoco se revela a un grupo “selecto”, sino que lo hace rompiendo todos los esquemas establecidos, presentándose y obrando en los humildes, sencillos y necesitados.

El amor y perdón de Dios liberan. Él no es Dios de unos pocos, sino que se manifiesta en y con quienes menos lo esperamos. Dios es todopoderoso, pero su poder se muestra en los débiles y sencillos.

Y qué alegría saber que el Dios de la vida, amor y perdón, puede venir a cada uno/a de nosotros/as, para caminar a nuestro lado, sostenernos y animarnos a construir una sociedad más inclusiva y plural.

(…) Dios hecho carne al mundo descendió; fue nuestro amigo, se hizo nuestro hermano… (Canto y Fe N° 166)

Joel A. Nagel

Lucas 10,17-24

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