Entonces, tomando la mano del ciego, lo sacó fuera de la aldea; escupió en sus ojos, puso sus manos sobre él y le preguntó si veía algo. Él mirando, dijo: “Veo los hombres como árboles, pero los veo que andan”. Luego le puso otra vez las manos sobre los ojos, y le hizo que mirara; y fue restablecido, y vio de lejos y claramente a todos.

Marcos 8,23-25 (RV 1995)

Al igual que con el ciego, Jesús tiene misericordia de nosotros. Por amor, más de una vez, nos aparta de todo el bullicio cotidiano que nos distrae para sanar nuestra vista y darnos una nueva forma de mirar al mundo.

Él siempre nos da más de una oportunidad. Cuando nuestra ceguera no nos permite ver con claridad y no entendemos qué nos qui-so transmitir con sus enseñanzas, con paciencia sigue trabajando en nuestro cambio.

Este proceso de crecimiento que vivimos, esta sanación milagrosa, Jesús la inició al darnos la oportunidad de ser salvos por medio de la fe. Y continúa cada vez que estamos dispuestos a dejar que su mano nos sane y nos guíe hacia una nueva forma de ver lo que nos rodea.

Si realmente somos sus seguidores, aprovechemos cada oportunidad que él nos da para vivir de forma misericordiosa y justa, cuidando no solo los vínculos con las personas sino también con la creación que nos fue regalada.

Queremos ser, Señor, servidores de verdad, testigos de tu amor, instrumentos de tu paz. (Canto y Fe Nº 300)

María Esther Norval

Marcos 8,22-26

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