Hazme andar conforme a tu palabra; no permitas que la maldad me domine.
Salmo 119,133

En este versículo, el salmista nos recuerda dos cosas muy importantes: La importancia de la Palabra del Señor y nuestra necesidad de Dios pues, sin Él, nada podemos hacer por nuestras propias fuerzas.
La palabra de Dios no es una mera letra estática o sonido repetitivo. La Palabra es movimiento. Ella se renueva, actualiza, crea, vive. La Palabra viene al encuentro del ser humano en todo momento, pues fue a través de ella que la humanidad y la Creación toda se convirtieron en realidad.
Dios habla y crea, pero también aconseja, guía, invita, nos llama la atención e interpela. Por lo tanto, andar conforme a la Palabra no implica una fe hipócrita, ni mucho menos que nos haga quedar en nuestra “zona de confort” de la vida. Todo lo contrario. Implica compromiso y responsabilidad con Dios, conmigo, con mi prójimo, con la Creación… Implica salirme de mis límites autoimpuestos para ir al encuentro de quien necesite de mi ayuda, mi voz, mis fuerzas, mi amor. Porque es a través de todo ello que Dios se hace presente en medio nuestro.
Pero no podemos solos, nuestras fuerzas son limitadas. Y cuando olvidamos esto y nos creemos todopoderosos, la maldad se nos adelanta, dándole la peor de las formas a nuestras vanidades y sentimiento de autosuficiencia, que normalmente terminan en acciones destructivas tanto para uno mismo como para los/as demás.
Por eso la Palabra nos asiste, recordándonos que nuestra vida y salvación han sido obradas por Dios a través de su Hijo, y que a Él debemos recurrir en todo momento, especialmente cuando sintamos que no podemos más.
Lámpara es a mis pies tu Palabra y lumbrera a mi camino. (Canto y Fe N° 431)

Joel A. Nagel

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