Yo me sentí seguro, y pensé: «Nada me hará caer jamás.»
Salmo 30,7
A lo largo de la vida, uno atraviesa diferentes situaciones. Cuando somos jóvenes, la fuerza, el entusiasmo y la sensación de tener todo un mundo por descubrir nos lleva a concentrar todo nuestro potencial en nosotros mismos. Nos sentimos invencibles ante la vida.
A medida que la vida avanza con sus experiencias y enseñanzas, comenzamos a comprender que somos seres finitos, limitados, y que necesitamos algo externo y superior que nos brinde fuerza. Nuestras limitaciones nos llevan a mirar hacia arriba, donde reside lo divino.
La presencia de Dios en nuestras vidas nos brinda seguridad, como dice el texto del Salmo que hemos leído hoy. Esta seguridad en Dios nos capacita para enfrentar todo tipo de dificultades.
Cuando estamos enfermos, caemos en una depresión o se rompen relaciones con seres queridos, la fuerza y seguridad que provienen de nuestro Padre nos capacitan para abrir nuestros corazones y buscar la manera de restablecer lo que se puede recomponer.
Claro que existen enfermedades que son irreversibles. Seguramente, muchas veces nos preguntamos por qué Dios permitió eso y nos hacemos tantas preguntas. Pero el salmista nos proporciona una pista muy valiosa. Si tengo a Dios en mi corazón, siento la seguridad de seguir luchando en la vida, y Él jamás permitirá que caiga en el desánimo y abandone la lucha por la vida. ¡Qué hermosa seguridad! ¡Qué hermoso es tener a un Padre amoroso! Amén.
Pastor Darío Dorsch