Fueron de prisa y encontraron a María y a José, y al Niño recostado en el establo.
Lucas 2,15-20

Los pastores se ponen en movimiento. La voz del Ángel los sacó del sueño. No entendían bien de qué se trataba pero sus corazones les decían que era importante ir.
La Palabra a nosotros también nos pone en movimiento.
Esa Palabra hecha carne por nosotros nos atrae hacia sí misma.
Como los pastores queremos ver su rostro y nuestros corazones suspiran por Él.
A veces le ponemos otros nombres a nuestras búsquedas: felicidad, paz, amor, verdad, misericordia.
Y Él es todo eso.
Y se deja encontrar si lo buscamos con fe. Y nos sorprende, como a los pastores, donde lo encontramos: ¿un Rey en un establo? ¿El Hijo de Dios en el pesebre de mi corazón? ¿El Salvador en los que tienen hambre y sed, están enfermos, prisioneros, desnudos o de paso?
Misteriosamente se une a toda persona que pisa este mundo para hacernos dignos de participar de su gloria.
Celebrar Navidad es admirarnos por el amor grande que Dios nos tiene, que quiere estar entre nosotros, con nosotros y en nosotros. Y es animarnos a reconocer la grandeza de nuestra pequeñez divinizada.
Miremos con la mirada del Padre a quienes nos rodean y descubramos en ellos la Presencia del que nos trae Vida en abundancia.
“… a Belén marchemos de gozo triunfante, y llenos de amor;
y al Rey de los cielos contemplar podremos.”

José María Soria Pusinari

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