El Dios de ustedes dice: “Consuelen, consuelen a mi pueblo; hablen con cariño a Jerusalén y díganle que su esclavitud ha terminado.”

Isaías 40,1-2

En medio de una situación de esclavitud y escasez, el profeta invita a consolarse y alentarse, unos a otros. A pesar de que en ese momento no iba a desaparecer todo el sufrimiento, él llama a mirar el futuro con confianza y a compartir en el consuelo mutuo la esperanza de un mañana mejor. Tarde o temprano, a pesar de la esclavitud en el exilio, la victoria será de Dios. Sin embargo, esa victoria no vendrá con ejércitos poderosos, ni con armas de guerra. Dios vendrá por el desierto donde no existen caminos, donde los cerros y las colinas deberán ser allana-dos y las montañas convertidas en llanura para que nada entorpezca la visión, a fin de que la gloria de Dios sea visible para todas las personas (vs 3-5). En el nuevo paisaje, la gloria de Dios será percibida en todas las esquinas y por toda la humanidad. En ese paisaje, el ser humano que es como una hierba, como una planta que nace y se hace firme y vistosa, se seca y muere cuando el soplo del Señor pasa sobre ella (vs 6-7).

“A los poderosos del mundo, a los que causan sufrimiento al pueblo: el tiempo de ustedes está contado. Solamente la palabra de Dios permanece para siempre, que es la misma desde la creación. Esa Palabra anuncia que Dios viene a salvar, a dar vida y esperanza a quienes ya no tienen nada. Dios junta a las ovejas, y levantará a las más frágiles en sus brazos para llevarlas junto a su pecho.”

El tiempo de Adviento nos desafía a mirar hacia los desiertos y estepas, a mirar a quienes necesitan de nosotros, y nosotros de ellos. Que Dios no nos deje enceguecernos por la comodidad, por el poder y que no nos dé descanso mientras haya quienes necesitan de consuelo y solidaridad. Amén.

Pedro Kalmbach

Isaías 40,1-11

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