José se levantó, tomó al niño y a su madre, y salió con ellos de noche camino a Egipto.
Mateo 2,14
Quien ha debido mudarse a la fuerza de un pueblo a otro sabe lo desgarradora que es esa experiencia. Cada caja que se cierra, cada cosa amada que se guarda con cariño, lo que se decide donar, regalar o descartar… Luego, al llegar al nuevo lugar: el vacío, todo es descono- cido, se está como desnudo frente al mundo. Hay que rearmarse desde los detalles domésticos tales como dónde comprar el pan, cortarse el pelo, ir al dentista; hasta ver qué trabajo se consigue, cómo se inserta uno en la sociedad. La persona está muy sensible, todas las emociones están a flor de piel.
Imaginemos esto mismo para José y María, sumado a que esta peque- ña familia no tenía dinero, la madre puérpera y un niño recién nacido. El ángel pide premura a José. No había tiempo de decidir entre rega- lar lo que no se usa o embalarlo y preparar todo con tiempo. Se trataba
de salvar la vida del pequeño Jesús de las manos del tirano.
La historia refiere muchos ejemplos de personas que repentina- mente deben huir, por ejemplo, los judíos frente al poder del nazismo, dejándolo todo: sus casas, sus muebles, herramientas, libros, fotos, parientes y amigos, en fin, toda su historia.
Lo mismo sucede hoy día a tantas personas que emigran con lo puesto, incluso a otros países, arriesgando la vida en balsas precarias o caminando inciertos, huyendo de la guerra y la miseria. ¡Cuánto do- lor! ¡Cuánta esperanza!
Señor, te pedimos por todas las personas que deben mudarse, o emi- grar. Guárdalos con tu gran amor. Sostenlos en la esperanza, porque sin ella no hay futuro. Ayúdanos a no tener prejuicios frente a las gentes “de afuera”. danos sensibilidad y empatía para dar una mano y la ayuda que esté a nuestro alcance para contener a estos prójimos frágiles. Amén.
Patricia Haydée Yung
Mateo 2,13-23