Cuando Jesús les dijo: “Yo soy”, se echaron hacia atrás y cayeron al suelo.

Juan 18,6

¿Eres Dios, que sólo con tu nombre derribas a los adversarios?

La tropa viene para apresarte, para llevarte a la muerte, preguntan por ti y tu respuesta los derriba como muñecos de trapo. Entonces nacen las preguntas:

¿Eres Dios, y dejas que te atrapen como vulgar roba gallinas?

¿Eres Dios, sin truenos, rayos y centellas?

¿Eres Dios, sin odio ni rencor a quien te traiciona y abandona por treinta monedas?

¿Eres Dios y vales tan poco? Todo lo has creado, incluso la plata que te compra.

¿Eres Dios, que sanas al enemigo herido? Sientes misericordia por aquel soldado que quizás levante el martillo para clavarte en la cruz.

¿Eres Dios, que desarmas al que te defiende? No deseas huir de tu destino, porque nuestro destino está en tu muerte y resurrección. No sólo el nuestro, la creación entera muere y resucita contigo.

¿Eres Dios, derrotado, inerme, camino a la cruz? La oscuridad de esa noche se transformará en luz de vida cuando te levantes de entre los muertos.

¿Eres Dios y toleras un juicio injusto contra tu propia persona? Algún día la justicia cósmica nos transformará en verdaderamente humanos.

¿Eres Dios, sin palabras ante la mentira y el testimonio falso? Todo, absolutamente todo depende de la aceptación de una verdad última.

¿Eres Dios, ‘el que es’ cuyo nombre no debemos pronunciar en vano?

¿Lo sabremos alguna vez?

Quizás mañana lo descubramos.

Carlos A. Duarte

Juan 18,1-11

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