Todo hombre es como hierba, y su grandeza es como la flor de la hierba. La hierba se seca y la flor se cae, pero la palabra del Señor permanece para siempre.

1 Pedro 1,24-25

Realmente estoy sorprendido: en estos tiempos los humanos demuestran una soberbia incomparable.

La carta de Pedro dice: que los humanos son como hierba. Florecen, si tienen suerte, y ya desaparecen, no son nada. – Y esa “pequeña nada” de repente se toma atribuciones y pretende juzgar sobre vida o muerte de otros.

Esto ya lo vimos en la historia, especialmente de mano de algunos tiranos. Pero aquí no aflora un odio de un pueblo contra otro, sino que en este caso son personas que están a favor de la eliminación de los más indefensos, las criaturas recién concebidas.

Y además pretenden que se legalice el aborto, para que se pueda practicar sin temor cuando no conviene el embarazo.

¿No conocen métodos para inhibir un embarazo? ¿Quieren tener el gozo sin querer afrontar las consecuencias? ¿Tampoco quieren darlo en adopción? O sea, ¿tratan a la nueva vida como “propiedad privada”, un objeto? ¿Qué anticonceptivo debería haber elegido la criatura?

Como Iglesia, nosotros, que hablamos del “Dios de la Vida”, no podemos apoyar un movimiento que incluya en su mismo enunciado la posibilidad de una muerte.

La palabra para hoy nos habla de “nacer de nuevo… por la palabra de Dios”. 

Esa es nuestra misión, la misión de la Iglesia Cristiana: Divulgar la Palabra de Dios que crea nueva vida, crea esperanzas concretas, abre nuevos caminos, y necesita nuestro testimonio de fe. Como escribe Pedro: “Ustedes, al obedecer al mensaje de la verdad, se han purificado para amar sinceramente a los hermanos” (agrego) sin discriminar, aun siendo “nonatos”.

“Ustedes han vuelto a nacer… de la palabra de Dios, que es viva y permanente.” (v. 22) ¡Amén!

Winfried Kaufmann

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