Lunes 27 de octubre

 

Mientras no confesé mi pecado, mi cuerpo iba decayendo por mi gemir de todo el día.

 

Salmo 32,3

 

La carga de callar aquello que nos oprime puede ser increíblemente pesada y dolorosa. Esto nos condiciona la manera de experimentar la vida, encerrándonos en nuestro pesar. El pastor, teólogo y mártir alemán, Dietrich Bonhoeffer, remarcaba que el pecado quiere estar a solas con el ser humano, asfixiándolo y sometiéndolo a la destrucción (véase: D. Bonhoeffer, Vida en comunidad, Salamanca, Sígueme, 2003, p.107).
El proceso para abrirse a Dios y también a los demás no es sencillo, pero es sanador: como creyentes, lo necesitamos. Y cuánto más sencillo podría ser si generamos en nuestras comunidades espacios de confianza, donde podamos sentirnos seguros para confesar lo que nos carcome por dentro, aquello que nos arrastra a la soledad.
El amor de Dios está ahí para nosotros, siempre. Su perdón, su gracia obrada por su hijo Jesús, no nos abandona. Muchas veces, no es sino a través de la compañía de un hermano o una hermana que podemos experimentar esto.
La invitación de hoy es intentar abrirnos al amor sanador de Dios, tanto como individuos así como comunidad, para vivenciar el hecho de que no estamos solos/as con nuestros pesares; alguien camina con nosotros, nos sostiene, nos ilumina y nos quiere llevar de la soledad del olvido a la vida plena que se vive y comparte en comunidad.
Que, como el salmista, podamos traspasar aquellas barreras que no nos permiten hablar libremente, para confesarle a Dios nuestras cargas. Que, en este proceso, encontremos hermanos y hermanas que nos puedan ayudar y que, como comunidad, podamos generar espacios de confianza y ayuda para sostenernos juntos y juntas en la gracia salvadora del Dios de amor.

 

Joel A. Nagel

Compartir!

Facebook
Twitter
LinkedIn
WhatsApp
Email
Print