La alianza que haré con Israel después de aquellos días, será esta, dice el Señor: “Pondré mis leyes en su mente y las escribiré en su corazón. Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo.”

Hebreos 8,10

Nuestra vida personal y de pueblos está llena de alianzas. Pactos que hacemos como humanos unos con otros. Pactamos para hacer negocios, para defender territorios, para nuestros compromisos matrimoniales, de pareja o familiares. Pactamos con nosotros mismos: no beberé más, no comeré cosas que están malogrando mi salud, etc., etc.

Pero nuestras alianzas, parece que tan rápidamente como las hacemos, las rompemos. Nos olvidamos de cumplirlas y el pacto, la alianza, queda así destruida. Porque todo pacto, toda alianza para ser verdadera, debe ser cumplida.

El pacto que Dios hace con Israel quedó destruido, porque el pueblo siguió su propio camino y no cumplió lo que había pactado. Ahora, a través de Jesucristo, Dios quiere hacer un pacto nuevo para que volvamos a ser su pueblo.

Pero ese pacto nuevo significa aceptar de mente y corazón sus leyes y sus enseñanzas. Muchas veces estamos muy dispuestos a firmar la alianza, pero queremos guardar o dejar fuera de la alianza con Jesús algunas áreas de nuestra vida. Hace muchos años hablando con un hermano le decía: “Dios tiene que estar presente en todas las áreas de la vida”. Nunca voy a olvidar su respuesta. “Equivocado… una cosa es Dios, pero mis negocios son mis negocios”.

Si queremos ser parte del pueblo de Dios no son necesarios los ritos, sino aceptar en fe que Jesús dio su vida por nosotros y nosotras. “Porque yo perdonaré sus iniquidades y no me acordaré más de sus pecados”.

Y cumplir la ley que nos dejó: “Ama a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo. Haz esto y vivirás”.

Germán Zijlstra y Doris Arduin

Hebreos 8,1-13

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