Mis labios hablarán con sabiduría, mi corazón se llenará de sensatez.
Salmo 49,3
La meritocracia nos impulsa a creer que el éxito es únicamente el resultado de nuestro esfuerzo personal, es fácil caer en la ilusión de que podemos lograr todo por nuestra cuenta, sin ayuda de nadie. Sin embargo, este salmo nos recuerda que la sabiduría genuina reconoce nuestras limitaciones y la necesidad de apoyo.
La idea de que cada logro es solo fruto de nuestro mérito personal es una narrativa incompleta. La verdad es que nadie ha recorrido este camino solo. Todos hemos recibido, en algún momento, algo que no merecíamos o que no obtuvimos por nuestro esfuerzo directo: una mano amiga en un momento de necesidad, el apoyo de una comunidad, o las estructuras de un Estado que nos han permitido avanzar.
El versículo 3 de este salmo nos orienta hacia una reflexión más profunda: reconocer que la sabiduría y la sensatez nos llevan a admitir nuestra interdependencia. Nadie es autosuficiente; todos necesitamos, tarde o temprano, la ayuda de otros. Este reconocimiento no es una señal de debilidad, sino de verdadera sabiduría. Es un llamado a la humildad y a la gratitud, reconociendo que todo lo que hemos logrado no ha sido solo por nuestro propio mérito, sino también por las oportunidades y el apoyo que hemos recibido en el camino.
Por tanto, es importante no sucumbir a la mentira de que podemos hacerlo todo solos. Debemos estar dispuestos a aceptar la ayuda, a tender la mano a quienes la necesitan, y a construir una sociedad más justa y solidaria, donde la ayuda mutua sea un valor fundamental. En esto, se manifiesta la verdadera sabiduría de Dios: reconocer que la vida es un don, y que todos somos recipientes de gracias inmerecidas.
Eugenio Albrecht