Yo soy la vid, y ustedes son las ramas. El que permanece unido a mí, y yo unido a él, da mucho fruto; pues sin mí no pueden ustedes hacer nada.

Juan 15,5

Quienes se dedican al cultivo de la vid, conocen bien que una buena cosecha depende de muchos factores, como son el tipo de suelo y el clima. Pero, sobre todo, depende del esmero y cuidado que pone el viticultor a lo largo de todo el proceso de crecimiento y germinación de la vid.
La breve pero elocuente alegoría contenida en Juan 15,1-8 destaca la necesidad de que los discípulos se mantengan estrechamente conectados a Jesús para que puedan dar “buenos frutos”. Él es la vid verdadera que comunica a las ramas la vida que viene de lo alto. Por eso, en esta comunión es igualmente imprescindible la relación íntima con el Padre, quien pone especial cuidado en las ramas que dan frutos para que puedan dar más.
Para nuestro crecimiento como creyentes, necesitamos mantener una permanente comunión con Jesús y con el Padre. Pero esta comunión no es un fin en sí misma. Es el medio a través del cual podremos testimoniar al mundo el amor y la verdad que hay en Jesús. Alimentemos, pues, nuestra vida cristiana como las ramas que permanecen indisolublemente ligadas a la vid verdadera, para así poder compartir este alimento con todas las personas que nos rodean.
Que esta iglesia sea un árbol (…), que haya fiesta y alegría y oración bajo sus ramas. Con raíces bien profundas y sus brazos hacia el cielo, que esta iglesia sea fecunda dando frutos de consuelo (Canto “Que esta iglesia sea un árbol”, Pablo Sosa).

Rolando Mauro Verdecia Ávila

Juan 15,1-8

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