En aquel día, el retoño que el Señor hará brotar será el adorno y la gloria de los que queden con vida en Israel; las cosechas que produzca la tierra serán su orgullo y su honor. A los que sobrevivan en Jerusalén y reciban el privilegio de vivir allí, se les llamará “consagrados al Señor”.
Isaías 4,2-3
Los últimos días de la semana pasada hemos estado comentando las advertencias del profeta Isaías a propósito de la soberbia, de la vida apartada de Dios que llevaba el pueblo de Israel. Los correctivos anunciados por el profeta, desafortunadamente se fueron cumpliendo. Sucesivas rebeliones produjeron reacciones cada vez más drásticas del gobierno asirio, que terminaron con la devastación de Jerusalén y el resto del país. Pero como ya dijéramos, Dios no se olvidó de su pueblo, especialmente de los más sufridos de entre el mismo. Él sabe perdonar y así es que el profeta ahora puede anunciar una buena noticia a los sobrevivientes de la guerra: Vendrá el día en que el Señor hará crecer retoños de los árboles quemados y hará crecer nuevas cosechas sobre los campos arrasados. Es más, Dios privilegiará a esta gente dándoles una nueva dignidad, serán los santos, los consagrados a su Señor. Sí, los retoños de la naturaleza caída, las nuevas cosechas, serán el “adorno” y la “gloria” de los sobrevivientes. Dios les permitirá tener su cuota de orgullo sano por su colaboración humilde y sencilla, su labor en la adversidad, que los llevará a una nueva realidad. Pero el libro de Isaías nos habla también de otro retoño que surgirá de entre este pueblo, que será el elegido de Dios, que será el salvador, no solo del pueblo judío, sino del mundo entero. Sí, Jesucristo, cuya venida al mundo recordaremos una vez más en pocas semanas. Dios quiera que nos preparemos para celebrar este recordatorio como mujeres y varones verdaderamente consagrados al Señor.
Federico Hugo Schäfer
Isaías 4,2-6