Estoy en un grave aprieto. Ahora bien, es preferible que caiga yo en manos del Señor, pues su bondad es muy grande, y no en manos de los hombres.

1 Crónicas 21,13

El rey David peca gravemente. Sabe que rebelarse contra Dios le atraerá la desventura; o el castigo, dicho en su propio lenguaje. Dios, contra todo pronóstico, ¡le da a elegir ese castigo! Las opciones: tres años de hambre, tres meses de derrotas ante sus enemigos, o tres días bajo la espada del Señor. David elige la última; pues, aunque sea un castigo, sabe que todo lo que viene de Dios es justo, bondadoso, bueno…
¿Necesito relacionarme con Dios bajo una dinámica premio-castigo? ¿Necesita Dios hacernos sufrir para que “aprendamos”? En realidad, el castigo de David, el castigo del que se habla aquí, y que él mismo elige, no es sino la justicia de Dios. ¿Qué más bondadoso puede haber que ponerse en las manos justas del Señor?
Lo que, a mis ojos, es bueno, muchas veces es pura apariencia de bondad. Así pasa con mis ideas, opiniones, o con los caminos que emprendo, lejos de la voluntad del Señor. Pero, lo que viene de Dios, aunque a primera vista parezca absurdo, contradictorio o negativo para mis intereses concretos, aquí y ahora, siempre, todas las veces, es profundamente positivo, justo y bondadoso. Es lo que necesito. Por eso, lo más seguro y conveniente es ponerse en las manos del Señor, dejarse guiar por su Palabra, oír su voz.
Señor, llévanos en tus manos tiernas y fuertes. Pues sólo en ellas podemos estar confiados, seguros y firmes.

Robinson Reyes Arriagada

1 Crónicas 21,1-14

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