¡Qué bueno es cantar himnos a nuestro Dios! ¡A él se le deben dulces alabanzas!
Salmo 147,1

¿Somos agradecidos? ¿Has agradecido el día de hoy y todo lo que te trajo?
De pequeños nos enseñan a agradecer los alimentos, y ese ritual familiar puede convertirse en un simple hábito que no es más que un paso para empezar a comer. ¿Pero cuánto de lo que decimos en esas oraciones son sentimientos genuinos?
Las preocupaciones cotidianas nos empujan a olvidar la presencia de Dios en nuestras vidas. El desánimo y la negatividad van ganando espacio y nos enceguecen. Estamos tan ocupados afligiéndonos por lo que aún no ha sucedido que nos ciega y no vemos los milagros a nuestro alrededor. O, peor aún, no vemos las necesidades de nuestro prójimo. Empezamos a creer que todo es mérito o falta de él, y nuestra sensibilidad se va acorazando hasta llegar a un “sálvese quien pueda”.
El salmista nos recuerda la misericordia de Dios y su amor por los humildes, y lo bueno que es cantar himnos de gratitud a Dios que todo nos da sin merecerlo.
Los invito a realizar un ejercicio que aprendí en un taller. Consiste en estar atentos a las cosas bonitas que nos sucedan durante el día, y cada vez que las notemos, decir: «Gracias, Padre; yo también te amo».
Estoy segura que, al igual que yo, notarás cuan generoso es el Señor y sentirás su presencia en tu vida.
Dios nos regale siempre un espíritu dispuesto para encontrarlo aun en las peores situaciones. Amén.

Claudia Elena Rivera

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