Sin embargo, mandó a las nubes de arriba, abrió las puertas de los cielos e hizo llover sobre ellos maná…
Salmo 78,23-24
Portarse bien, o el hombre de Navidad, los Reyes Magos o el Conejo de Pascua no te traerán nada, es algo que los niños escuchan con frecuencia. También escuchamos frases como ‘Si haces esto, conseguirás aquello’, ya sea para mejorar en el trabajo, aprobar un examen o sobrellevar una situación difícil. Siempre parece que hay una condición, algo que debemos hacer o dar para recibir algo a cambio. En la vida, nada parece ser gratuito.
Pero, ¿alguna vez pensamos en el impacto de nuestras palabras y demandas en los demás? ¿Consideramos si lo que pedimos es justo o no? ¿Nos ponemos en el lugar de la persona a la que le estamos hablando o exigiendo cosas? ¿Pensamos en sus sentimientos, deseos, pensamientos y posibilidades?
Aquellos que habían salido de Egipto, finalmente siendo libres y con un gran futuro por delante, no estaban contentos; se quejaban constantemente, y nada parecía satisfacerlos. Hacían reclamaciones a sus vecinos, a sus líderes e incluso a Dios. Desde una perspectiva humana, las consecuencias no parecían prometedoras.
Sin embargo, lo que ocurrió fue completamente inesperado, todo lo contrario a lo que se esperaba: vieron el cielo y recibieron alimento. Fue Dios mismo quien respondió, y lo hizo con gracia, amor, fidelidad, paciencia y misericordia. ¿Qué sentido tenía empeorar la situación? ¿Por qué responder con un golpe, cuando con una caricia, un abrazo o un gesto amable se pueden abrir nuevos caminos?
¿A quién iremos, Señor, a quién iremos? Tú tienes palabras de vida. ¿A quién iremos, Señor, a quién iremos? Tú tienes palabras de amor. ¿A quién iremos, Señor, a quién iremos? Tú tienes palabras de paz. Tú eres Dios verdadero, sencillo y sincero, creemos en ti. (Canto y Fe N° 216)
Mónica G. Hillmann