El Señor es compasivo y lleno de ternura; lento para la ira y grande en misericordia. El Señor es bueno con todos.
Salmo 145,8-9a (RVC)

Llegando al final del libro de los Salmos, este gran himno de alabanza evoca el pasaje de Éxodo 34,6, que proclama: «¡El Señor! ¡El Señor! ¡Dios misericordioso y clemente! ¡Lento para la ira, y grande en misericordia y verdad! ». Es en el monte Sinaí donde Moisés le oye al Señor revelar quién es Él. Dios es santo y es tierno; es justo y es abundante en gracia. El ritmo de las relaciones con su pueblo, la otra parte de la alianza/pacto, estará signado por este vaivén: Dios deja al pecador expuesto ante la seriedad de las consecuencias del pecado; pero, al mismo tiempo, mantiene intacta su infinita fidelidad al benevolente amor contenido en su alianza/pacto a la espera de un cambio en la conducta del transgresor.
Con frecuencia encontramos en las súplicas de personas atravesadas por la desgracia y en las confesiones de los penitentes, apelaciones a la bondad y compasión del Señor. El orante canta aquí a una compasión universal de Dios, es decir, a una participación íntima y entrañable, ni distante ni neutral, suya en todas las vicisitudes de la historia.
Por otra parte, sabemos que Dios es “bueno con todos” porque todas las cosas en la creación -la humanidad, los vegetales, los minerales, los animales- alaban, dan gracias y hablan de la gloria de Dios.
Dios bueno, te pedimos que nos transformes a imagen de tu ser misericordioso en nuestras relaciones unos con otros, para buen testimonio de tu Nombre y cariñoso cuidado de tu creación. Amén.

Miguel Ponsati

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