Mi esperanza he puesto en Dios, a quien todavía seguiré alabando. ¡Él es mi Dios y Salvador!
Salmo 43,5

¡Qué hermoso versículo! Cuántas veces nos acercamos a las celebraciones esperando renovar esa esperanza puesta en nuestro Señor.
Pero para ello debemos hacer todo un proceso. En primer lugar, ver y analizar dónde está esa esperanza, la nuestra, la personal, la que late en nuestro corazón.
¿Está puesta en Dios? O tenemos muchas otras cosas en las que volcamos esa esperanza y le negamos; hoy es tan fácil distraerse de camino a la celebración, hay tantas cosas que nos ofrecen más velocidad y menos espera…
Aunque después nos lamentamos porque no era tan así lo que nos prometían, y la esperanza se trunca, y muchas veces crece el sentimiento de culpa y angustia, porque se nos carga ese fracaso.
En segundo lugar, al reconocer que los otros que ofrecen endeudar nuestra esperanza con ellos no dicen la verdad, empezamos a encontrar un camino que nos lleva hacia la única y verdadera esperanza, esa que tendrá siempre respuesta, la esperanza en Dios y sus promesas, de salvación, misericordia, compasión.
Camina ese camino y empieza a vivir la esperanza de aquel que no defrauda, ni abandona, de aquel que cumple sus promesas.
Que Dios sea contigo y renueve tu vida.
“Cuando se va la esperanza, él nos habla y nos dice, no se alejen de mi lado y permanezcan firmes que siempre estaré”. (Canto y Fe 235)

Narciso Weiss

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