El ruido que hacían las alas de los querubines se oía hasta en el atrio exterior. Era como si el Dios todopoderoso estuviera hablando.

Ezequiel 10,5

Tal vez porque nací y crecí en el campo, siento que las alas batiendo de un pájaro que escapa a mi paso, el ruido del viento en el trigo maduro o el crujir de las hojas bajo mis pies, son “como si Dios estuviera hablando”. El silencio en medio de la naturaleza, que no es silencio, sino la propia creación de Dios hablando, siempre ha sido propicio para aclarar mis ideas. Siento realmente que Dios me habla… No así cuando estoy envuelta por el ensordecedor ruido de la ciudad, de la gran ciudad. Ahí Dios me habla…pero de otra manera.

También me gusta el mar, el sonido de las olas que rompen, de la espuma, el viento y las gaviotas… También ahí se me aclaran las ideas…

Por eso, no puedo entender que quienes van a esos lugares necesiten música fuerte y ruidosa. ¿Será el miedo a escuchar lo que Dios tiene para decir?

Hace mucho tiempo que se habla de la alienación de la sociedad como una forma de escapismo de una realidad que nos está matando, pero no es la solución. Pienso en mis tiempos de niña, cuando sabía que había hecho algo mal y retrasaba el momento de enfrentar a mis padres… Luego lo viví con mis propios hijos. Tratar de retrasar una llamada de atención que nos merecemos.

¿No será eso lo que estamos haciendo como sociedad, escapando de la charla pendiente con Dios?

El ruido, la basura, la destrucción, son el resultado de nuestra rebeldía. Es hora de escuchar las alas batiendo, de escuchar a Dios.

Estela Andersen

Ezequiel 10,1-22

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