Cuando Jesús regresó al otro lado del lago, la gente lo recibió con alegría, porque todos lo estaban esperando.
Lucas 8,40
Esperar: “Creer que va a ocurrir o suceder una acción generalmente favorable. Tener la esperanza de conseguir algo que se desea”.
Las definiciones del diccionario suenan positivas. Sin embargo, por lo general no nos gusta esperar. En esta sociedad ansiosa en la que vivimos, queremos que todo ocurra YA.
Pero es así… Las esperas necesariamente se dan en muchísimas situaciones.
Esperar la llegada de un bebé, esperar un mensaje o una llamada, esperar la respuesta a una solicitud de trabajo, esperar la llegada de alguien en un aeropuerto.
La espera suele estar acompañada de curiosidad: ¿Cómo será? ¿Se acordará de mí? De ansiedad: ¡Cuánto se demora la respuesta! De ilusión: Su pronta visita nos llena de ilusión.
Mientras la gente esperaba a Jesús, seguramente afloraron todos estos sentimientos y muchos más. Interés, ansiedad, confianza, anhelo, esperanza de que sucedan milagros, alegría.
Y luego la posibilidad de decir: “Yo lo vi, lo conocí, estuve a su lado”.
Cuando llegó Jesús, cubrió todas esas expectativas. No los defraudó. Los tuvo en cuenta, los consideró, les inspiró confianza. Cada uno, con sus particularidades y problemas, fue aceptado por Jesús y recibió su ayuda. Porque a él le importa la persona y sus necesidades. Resuelve los problemas que parecen no tener solución. Los difíciles y complicados. No desilusiona a los que se le acercan.
Fue así que toda aquella gente se dio cuenta de que no esperó en vano.
La respuesta de Jesús, ante nuestros ojos, en primera instancia puede ser diferente a la que esperamos.Confiemos en que Dios no nos defraudará. Reconoceremos, aunque a veces lejos en el tiempo, que él quiere lo mejor para nosotros, ahora y siempre.
Señor, te pido fortaleza y paciencia para esperar tu respuesta, que sin dudas, será la mejor que tienes para mí.
Magdalena Krienke de Lorek
Lucas 8,40-56