Oigan bien esto, ancianos, y todos ustedes, habitantes del país. ¿Han visto ustedes nunca cosa semejante? ¿Se vio nunca cosa igual en tiempos de sus padres? Cuéntenlo a sus hijos, y que ellos lo cuenten a los suyos, y éstos a los que nazcan después.

Joel 1,2-3

Hoy se nos invita a empezar juntos de la mano de Joel -uno de los profetas del pueblo de Israel- un ciclo de lectura y reflexión.

El profeta, cuenta, habla, pregunta, exhorta. Exhorta a los ancianos y a quienes habitan el país, a que oigan, a que recuerden, a que contesten, a que cuenten. Cuenten a las generaciones futuras aquello que recuerdan y aquello que ven, pues lo que ven es terrible, ven destrucción, ven desolación del entorno, de todo, ven el caos. Que cuenten para que no se olvide, para que se recuerde, para que el tiempo no borre lo ocurrido, para que esto sirva de enseñanza, para, quizás, alimentar la esperanza de que tiempos mejores han de venir. Para que las generaciones futuras lo sepan, para que lo asimilen, para que ayuden a no olvidar, para así también reconstruir la historia.

El pueblo sufrió. Fue sacado de su país, de su casa, de su tierra, y llevado a otro lugar, que no era su lugar, fue extranjero, y por eso con más fuerzas recordó y contó.

Nuestra historia tiene similitud con la del pueblo de Israel. También nosotros somos parte de una historia que se nos contó, también somos hechos de recuerdos de cosas que nos contaron y que nos formaron, que nos ayudaron a ser y llegar hasta este lugar y este momento. Y al igual que el pueblo y el profeta nosotros también contamos lo que vimos y vivimos, contamos la historia de nuestros padres y abuelos, para no olvidar, para reconstruir, para ser persona, para ser pueblo, para mantener la fe. Para mantenerse. Para construir la Historia, siempre y nuevamente. Amén.

Karla Steilmann

Joel 1,1-20

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