la angustia del sepulcro me alcanzó y me hallé preso del miedo y del dolor. Entonces invoqué el nombre del Señor y le rogué que me salvara la vida.
Salmo 116,3b-4

No siempre nos acordamos de Dios cuando las cosas en nuestra vida cotidiana van bien. Sin embargo, a veces también nos olvidamos de Dios cuando el camino se vuelve difícil.
La angustia, el miedo y el dolor forman una poderosa combinación que puede afectar profundamente nuestro ánimo y hacernos sentir incapaces de seguir adelante.
Orar a Dios en momentos como estos no garantiza soluciones mágicas, pero sí nos permite depositar nuestras preocupaciones y tristezas en las «manos» de Dios. También revela la realidad de que no podemos enfrentarlo todo por nuestra cuenta. En este momento, las perspectivas cambian y, aunque lo traumático sigue presente, podemos abordarlo desde una perspectiva diferente. Dios no permanece indiferente ante nuestra oración y nuestra situación.
Durante mi pastorado, tuve que acompañar a personas enfermas con pronósticos desfavorables. En estos momentos, la oración se convirtió en algo fundamental, un pilar en el que apoyarnos (pacientes, familias y pastor) y sentir que Dios estaba en medio de nosotros. En algunos casos, el temido desenlace se hizo realidad. En otros, desafiando los sombríos diagnósticos médicos, las personas lograron recuperarse. Ya sea en un escenario u otro, la oración y el apoyo familiar fueron el factor común para sobrellevar esas situaciones angustiantes. Fueron un medio para compartir la alegría de la recuperación y también para ayudar a sobrellevar el dolor de perder a un ser querido y afrontar el proceso de duelo. La oración representó la presencia de Dios en todo momento.
Aunque no hay soluciones mágicas, y las cosas no siempre resultarán como esperamos, tanto en tiempos de bonanza como en momentos de angustia, la oración nos reafirma nuestra conexión con Dios. Nos recuerda que no estamos solos/as, ya que Él camina a nuestro lado, llevando nuestras cargas.
Nos volvemos a Dios en el canto y en la oración, nos volvemos a Dios en el abrazo y la comunión, en la esperanza, en la fe, en la alegría de creer, en nuestras ganas de vivir, nos volvemos a Dios. (Canto y Fe N° 212)

Joel A. Nagel

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