Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos pareció que estábamos soñando
Salmo 126,1
Cuántas veces nos sucede que nos alegramos por algo y, como si no pudiéramos creerlo, decimos: “Pellízcame porque estoy soñando”. Entonces, como si no pudiéramos contenernos, expresamos con todo fervor nuestra alegría.
Pensemos un poco en las muchas cosas que deben suceder en nuestras vidas personales y familiares, y que provocan que nuestro estado de ánimo se regocije. Seguramente son varias.
En las palabras de este salmo vemos una invitación a expresar alabanzas a nuestro Señor. Y, si observamos detenidamente, se mencionan risas y gritos de alegría. ¿Podemos imaginarnos en el culto de esa manera? ¿Cuántas veces nos dejamos llevar por imposiciones que nos dicen que en el templo debemos callarnos y reprimir nuestro genuino júbilo? ¿Cuántas veces se reprende a los niños cuando están exaltados y alegres? Aún persiste entre nosotros, en nuestras comunidades, un sentimiento penitente y culposo que rige nuestro vínculo con Dios. Tomemos este salmo como una invitación a expresar nuestras alegrías por todo lo que recibimos de Él y contagiemos a los demás.
“Cuando el Señor nos libre de este cautiverio, parecerá un sueño, y nuestra boca sonreirá contenta, y cantaremos sin cesar” (Canto y Fe número 246).
Christian Bernhardt