Así los rubenitas, los gaditas y la mitad de la tribu de Manasés levantaron a orillas del Jordán un altar de aspecto imponente. Toda la comunidad del Señor dice lo siguiente: “¿Cómo se explica esta infidelidad que ustedes han cometido contra el Dios de Israel, al erigir un altar? Así ustedes hoy se han apartado del Señor y se han rebelado contra él.”
Josué 22,16
Los descendientes de Jacob heredaron las promesas aarónicas y también el enfrentamiento entre hermanos. Recordamos a José salvado de la muerte por Rubén. Cuando habían terminado la conquista de Canaán, surgen problemas entre las tribus. Los rubenitas, gaditas y la mitad de Manesés pidieron a Moisés quedar del lado oriental de Jordán para aprovechar los mejores pastos para sus ganados. Estos hicieron un altar para que los que estaban en Canaán los reconocieran como hermanos. Todo lo contario, las tribus que estaban en Canaán entendieron que aquellos habían abandonado la fe y el altar era para holocaustos y sacrificios a otros dioses. Esa supuesta infidelidad de los orientales hizo que ellos temieran por el castigo de Dios a todo Israel; por lo tanto, querían atacarlos y destruirlos.
Somos hermanos y somos, al mismo tiempo, diferentes. Esas diferencias muchas veces nos llevan a juicios, a oposiciones, a distanciamiento y confrontación. Los cristianos heredamos el amor y la misericordia de Cristo, pero… también tenemos la sangre de los hijos de Jacob: la disputa y el distanciamiento. José perdonó a sus hermanos y los acogió en Egipto. A comienzos del siglo pasado, los cristianos emprendieron el camino hacia la unidad y la reconciliación; ese camino se llama genéricamente Ecumenismo. Es, más allá de las diferencias, saber que el Dios Padre da dones a cada iglesia, y que Jesucristo es uno para todos. Oramos por la unidad de los cristianos y pedimos perdón por los juicios, errores y acusaciones que hicimos hacia nuestros hermanos. Amén.
Atilio Hunzicker
Josué 22,1-20