Todos los Santos
El séptimo ángel vació su copa en el aire, y desde el santuario salió una fuerte voz que venía del trono y decía: “¡Ya está hecho!”
Apocalipsis 16, 17
En tiempos de catástrofes y pandemias, muchas personas recurren a las profecías apocalípticas. Hacen una interpretación literal y dicen “saber” por qué está sucediendo todo. Eso no es nuevo. En todas las épocas se ha hecho eso e identificado al anticristo. Puedo entender eso. El ser humano siempre busca encontrarle un sentido a lo que sucede.
Pareciera que prefiere una explicación dolorosa a no tener ninguna.
En el capítulo 16, que nos toca hoy, las calamidades derramadas sobre la tierra se refieren a una extrema contaminación del mar, de los ríos, del sol, del aire y del ejercicio del poder… como consecuencia de la avaricia y soberbia del ser humano. Y el final de las calamidades
es la destrucción de la tierra. Dios le hizo a Noé la promesa de que Él
jamás volverá a destruir la tierra, como lo hizo con el diluvio (Génesis
9 versículo 1 y siguientes). Pero pareciera que para destruir el mundo, no necesitamos de
la ira de Dios. Lo sabemos hacer nosotros solitos.
En una historia ficticia, situada en las últimas horas del gueto de Varsovia con el título “Yossel Rakover habla con su Dios”, el autor dice: “Gente más culta que yo dice que ya no se trata de castigo por pecados cometidos. Se trata de algo excepcional en la historia de nuestros tiempos y es que el Altísimo ha escondido su rostro. Dios ha dado vuelta la cara. Y por eso los seres humanos están liberados a todos sus impulsos más viles y destructivos. Es un hecho y una dinámica de la historia que los hechos se vuelven en contra de quienes los hacen”.
Y es así que hoy estamos preguntándonos si la humanidad va a haber “aprendido” algo de la pandemia. ¿Cambiaremos de rumbo? ¿Seremos más sensibles, más justos, más humanos? ¿Nos convertiremos y cuidaremos de la Creación como el Señor nos lo encomendó?
Karin Krug
