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Le dijo la mujer: Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga nos declarará todas las cosas. Jesús le dijo: Yo soy, el que habla contigo.

Juan 4,25-26

El capítulo 4 del evangelio de Juan contiene un largo diálogo de Jesús con una mujer samaritana junto al pozo de Jacob, así lo llamaba la gente. No se indica el nombre de la mujer; ¿será para que podamos vernos a nosotros mismos en su papel? Quizá. La conversación sobre el agua del pozo desemboca en la oferta de Jesús de agua que da vida – y vida eterna; la charla sobre la situación personal de la mujer lleva al tema de la adoración de Dios en espíritu, más allá de las diferencias de tradiciones y lugares sagrados. Finalmente toda la charla converge en la revelación de Jesús como el Mesías, el Cristo. ¡Cuántas expectativas tenía aquella mujer, cuánto saber había acumulado, y sin duda también muchas frustraciones! Su condición de samaritana y marginada a la vez no era impedimento para esperar la venida del Mesías. Menos aún era obstáculo para que Jesús conversara con ella.

En ese momento del interesantísimo diálogo sobre el Mesías, Jesús le dice sin rodeos:

–Yo soy, el que habla contigo.

“Yo soy” – así Dios mismo se afirmó ante su pueblo. Todos conocían el peso de esta formulación. Así sólo hablaba Dios mismo. Los cuatro evangelios atestiguan que Jesús también solía presentarse así; a veces diciendo “Yo vine para…”, otras: “Yo no vine para…, sino…”; y en Juan leemos unas cuantas veces “Yo soy…” Con estas frases contundentes, que están más allá de cualquier cuestionamiento, Jesús se presenta a sí mismo, habla de su entrega y de la salvación. Invita a creer, confiar y obedecer.

Para aquella mujer, zarandeada por la vida, fue sumamente impactante ese “Yo soy” de Jesús. Vio cumplida la expectativa de toda su vida. Sin dudar un solo momento, fue a anunciar a la gente de su pueblo que ahí estaba el esperado Mesías. Comenzó una nueva vida para ella, para los samaritanos que le hicieron caso a la mujer y también para todos quienes creemos en Jesús.

René Krüger

Juan 4,15-26

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