Señor soberano nuestro, ¡tu nombre domina en toda la tierra!
Salmo 8,9
Erróneamente durante siglos, la humanidad ha entendido el dominio sobre las especies y la naturaleza, e incluso sobre sus semejantes, como la misión o tarea fundamental para sobrevivir mediante la fuerza.
El Salmo 8 que estamos leyendo expresa este error y la paradoja divina. Por un lado, Dios es omnipotente y omnisciente, y por otro lado, construye con los pequeñitos. Dios nace en la fragilidad de un pesebre y muere en una cruz para luego resucitar.
La humanidad ha leído e interpretado la voluntad de Dios como una soberanía tirana y excluyente. Casi siempre en la historia, la colonización de tierras y pueblos ha estado fundamentada y justificada en un falso dios soberano y dominador. Es difícil pero urgente descolonizar la idea de Dios como un cruel soberano dominador por el poder y la fuerza, y justificarlo desde la Biblia.
Las consecuencias de esa falsa fe en un falso dios soberano y dominador por la fuerza nos han llevado a una crisis planetaria y climática, con pobreza extrema, hambre, guerras, explotación de los recursos naturales y catástrofes climáticas destructivas.
Que se nos haya designado como mayordomos sobre las especies y la naturaleza no nos habilita para la crueldad, la explotación ni el extractivismo desenfrenado. La soberanía y el dominio de Dios son para el amor, el respeto y la justicia. Esa es la libertad que Dios nos regala como soberano de la tierra. La soberanía de la humildad y no de la soberbia. La soberanía de la fragilidad y el dominio de los pequeñitos.
Es nuestra misión de fe creer, vivir y proclamar al verdadero Dios soberano del universo, cuya potestad se manifiesta a través de la fragilidad, la ternura y la justicia. Él nos ha dado autoridad para cuidar y proteger al prójimo y a toda la naturaleza, fundamentados en el poder del respeto y el amor por la vida de todos los pueblos. Amén.
Rubén Carlos Yennerich Weidmann