¿No es este el hijo del carpintero, y su madre es María? ¿No es el hermano de Santiago, José, Simón y Judas, y no sirven sus hermanas aquí entre nosotros? ¿De dónde le viene todo esto?

Mateo 13,55-56

Parece tedioso decir que a pesar de que reconocemos en Jesucristo al Hijo de Dios y lo confesamos como tal en nuestras celebraciones, esto suele no corresponderse con nuestro accionar diario. Allí frecuente-mente sabemos desacreditarlo a merced de nuestros valores terrenales (los propios).

Conocemos la necesidad de “novedad de vida” que ronda la existencia humana, sin embargo, y a pesar de que la difusión del Evangelio a lo largo de la historia, dando vuelta una página, no le acreditamos esto fehacientemente al mismo actuando en la historia.

El mensaje del Evangelio, como la levadura que actúa en la humanidad, no termina de arraigarse en nuestros corazones como la definitiva verdad de Dios, y una y otra vez caemos en la tentación de negarla fundados en mezquindades humanas.

Así, cuando la duda y la mezquindad corroen, descalifican, carcomen e imposibilitan iniciativas y apuestas profundas de la fe para la esperanza del mundo, nos replegamos en nuestra estrechez humana. Esto nos pasa frecuentemente en lo personal y comunitario, en nuestras comunidades y aun en toda la iglesia, y por ende en la falta de presencia evangélica en el mundo. Por lo tanto, no sólo nos perjudicamos a nosotros mismos, sino que privamos a la sociedad y al mundo del Evangelio transformador.

Pensemos un poco en esto desde nuestra vida, iglesia y dentro de ella. Rescatemos a cuantos se identifican con la palabra de Dios y su identidad eterna, demos gracias por todo el bien, verdad y transformación que realizan, y sin condicionamientos sumemos vivencia y testimonio cotidiano del Evangelio de vida, verdad, justicia y amor.

¿Estamos entre los que viven preguntando, o los que trabajan?

Ernesto Weiss

Mateo 13,53-58

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