La reina Ester respondió: “Si en verdad soy del agrado de su majestad, y si a su majestad le parece bien, mi petición es que se me conceda la vida de mi pueblo y mi propia vida.”

Ester 7,3

Pedir… Ante la pregunta del rey: ¿Cuál es tu petición, reina Ester? ella le responde con el versículo que acabamos de leer. Le pide por su vida y por la de su pueblo.
La actitud de Ester es más que la de pedir en realidad, porque su pedido se transforma en ruego.
En ella podemos ver reflejados muchos de nuestros ruegos. Algunos de ellos se cumplen, otros no. Simplemente porque en esta dimensión no todas nuestras peticiones o deseos son respondidos. Algunas veces por impedimentos, otras tantas por intereses que nunca terminamos de comprender del todo. Es que estamos en un mundo en el que no siempre las cosas suceden con la transparencia, responsabilidad y justicia deseada.
Pero los cristianos tenemos otra herramienta: la oración. Ese hermoso e invalorable vínculo con nuestro buen Dios, donde entramos en profunda comunión con Él y con plena confianza podemos presentarle nuestros pedidos.
¿Con confianza? Sí. Porque si un humano (poderoso) como aquel rey pudo responder a la petición de una mujer angustiada, ¡cuánto más Dios (todopoderoso) ha de respondernos si con seguridad y convicción le pedimos algo!
Esta certeza hará más profunda nuestra relación con Él y podremos con certeza afirmar: “Por eso yo te adoro, por eso creo en Ti, de quien favores tantos sin precio recibí. Confirma y acrecienta, Señor, mi humilde fe; y cual soy tuyo ahora, por siempre lo seré.” (Culto Cristiano Nº 228)

Carlos Abel Brauer

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