El resplandor fue como la luz, rayos brillantes salían de su mano, y allí estaba escondido su poder.
Habacuc 3,4
Sobre el altar de la Iglesia de Wittenberg hay un cuadro del pintor Lucas Cranach. Ahí se ve a Lutero en el púlpito, y tiene una mano sobre la Biblia y la otra apunta a la cruz simbolizando que son centro de la predicación y de la comunidad. Cristo Jesús es el fundamento (base, cimiento) de la iglesia. (I Corintios 3,11). Al apuntar a la cruz de Cristo, el reformador también nos recuerda que no necesitamos mediadores de santos o instituciones para llegar a Dios. Sólo Dios basta. Es tan, pero tan importante reconocer que Cristo es el centro y definir cómo es el cristo que ocupa el centro de la existencia humana y de la iglesia. Lutero no estaba de acuerdo con las propuestas de asociar (ver, definir) a Cristo con esplendor, poder o victorias materiales. Cristo nos da victoria, es cierto, pero es la victoria de la reconciliación con Dios. Es el triunfo del bien. No tiene el camino de conquistar fama, tener o consumir mucho o ser próspero.
El poder de Dios no se reveló en las riquezas o pompas sino en la cruz. En Cristo se presenta en la miseria, en la debilidad, en el dolor, en el sufrimiento. En la cruz encontramos un Dios misericordioso y solidario con el sufrimiento humano. Con el poder del amor vence la violencia y la muerte. El principio de sólo gracia declara, expresa que no hay otra posibilidad que participar en la acción amorosa de salvar, en presentar algo para la justificación.
No es el esfuerzo o el mérito personal lo que cuenta. La persona es justificada sólo por los méritos de Cristo. Dios acepta a las personas sin exigencia previa y sin exigir (requerir) una compensación posterior.
Nada necesitamos en verdad, ni nada podemos hacer para obtener el amor y el perdón de Dios. El regalo divino se recibe sin merecer o tener que pagar. (Traducido y adaptado de un material de la IECLB)
Al morir resucitamos, victoriosos al final, ¿cuándo y dónde? No sabemos, sólo Dios nos lo dirá. (Canto y Fe Nº 219)
Aurelia Schöller
Habacuc 3,1-19