El amor de Dios no tiene límites
Hebreos 12,28
Los seres humanos tenemos normas y leyes para todo. Aprendemos desde pequeños que no se nos permite hacer esto o aquello. No se nos permite mostrar dolor y lágrimas; cuando estamos enfermos, nos retraemos y tenemos cuidado de no quejarnos demasiado ni hacer un escándalo de nosotros mismos. Estas reglas sirven para evitar que el sufrimiento humano se convierta en una carga demasiado pesada. Sin embargo, muchas veces las reglas impiden la cercanía humana.
Jesús la mira, se acerca a ella y la abraza. Esto va contra toda costumbre. ¿Por qué lo hace? Porque sabe que Dios es incondicionalmente bueno, indulgente e ilimitadamente misericordioso. Jesús repite una y otra vez: “Dios está cerca de ti, su mano te abraza, te sostiene por delante y por detrás; sus ojos ven todos los días de tu vida” (Salmo 139).
¿Se puede suponer que Dios quiera algo cruel y doloroso? Sabemos que el sol es redondo y amarillo en el cielo, y cuando se pone rojo al atardecer y cambia de forma, e incluso cuando la noche es negra a nuestro alrededor, ¿ha cambiado por eso? Sigue siendo el sol que nos calienta. Dios también es así. Por eso Jesús se sitúa junto a la mujer, colocándola en el centro. Sigue trabajando a la vista de cada ser humano y no quiere que ninguna ley ponga barreras a su amor. Desde entonces, las personas necesitadas ya no pueden separarse de Jesús. El amor de Dios y el amor humano forman una unidad. Desde Jesús, esto ha sido verdad para todos los tiempos. Amén.
Erica y Wilhelm Arning